martes, 19 de mayo de 2009

Fue tan corto el lapso, pero a la vez tan satisfactorio, tan inundante.
De las palabras que brotaron tersamente de su boca saqué la fuerza, y me quedé constante en un paisaje tan reiterado, tan común, tan poco pasivo.
Tanto hablé del avistaje del corazón que quise practicarlo hoy. Ya sé que raro es, pero pude explorar en mi propio interior, cada pequeña situación: un hombre que le pone la campera a su nieto, un nene que juega en las hamacas, un hombre anciano mirando al horizonte, quizás perdido en el mismo deseo de ver y a la vez no ver, de alejarse y de estar a tientas, del mundo y de su propio ser.
Hoy preferí sentir en un estado de inercia total, preferí palpar lo suave o lo áspero, preferí saborear lo amargo y lo dulce tan sólo con mirar, y de forma sorprendente desperté en mí una susceptibilidad que me abrió los ojos para muchos aspectos.
Hoy me dediqué a replantear decisiones, métodos, salidas, entradas, llegadas, momentos.
Hoy grité, canté, lloré, pero por sobre todo pensé.
Me di cuenta lo que me hace mal y qué me hace bien, que tengo que dejar y que seguir utilizando.
Todo gracias a dedicarme a ver a la gente, el paisaje, a parar con lo tóxico de la rutina.

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