martes, 26 de enero de 2010
Los años encierran un algo meláncolico. Encierran una paranoia que habita en el hombre, una necesidad intensa de controlar y catalogar aunque sea de algún modo el tiempo. Es absurdo hasta que tenga nombre, por lo tanto es hasta más absurdo querer medirlo. Quizá para el atareado el tiempo se mide en productividad, para el médico en vidas salvadas, para el artista en pensamientos golosos. Me parece que el tiempo es de algún modo el recurso más odiado por mí, así como el más admirado. Cuánta libertad tiene que juega con nuestras estructuras y nos deja sólo con la amargura de no poderlo agarrar con nuestras manos. Aquello que el ser humano no ve, no mide, no cataloga, no lo registra. Será por eso que existe la festividad de los quince ?, para que en un futuro el hombre tenga registro de que se le fue el tiempo ? .
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